La Autodictadura


En España están pasando cosas muy graves desde hace tiempo, incluso mucho antes de la crisis. El bombardeo mediático, las tertulias corrosivas, los telediarios partidistas, la telebasura, los partidos políticos,… Todos parecen tener una meta clara soterrada: que no sintamos nada.
Hartos estamos los jóvenes de las miles de discusiones (sin exagerar) que se ven en la gran mayoría de las casas, en las que tienes cada dos por tres a tu padre o a tu madre (depende de quién grite más) insultando a un político o un obispo homófobo que ha dicho alguna sandez. Mientras, los “más media”, comercializan con la opinión y se crean programas como “Sálvame Deluxe” o “Mujeres y Hombres y viceversa” que, no sin razón, son fruto de burla. El problema es que sólo sabemos reírnos.
Quizá sea difícil creerlo, pero en realidad no hace falta mirar mucho para darse cuenta de que cada vez más existen actitudes como la insolidaridad, el egoísmo y la falta de empatía. Alguien me dirá “¿Y qué pasa con las ONGs y las asociaciones de ayuda?” y respondería “Hazle a todos un examen de conciencia, a ver quién siente de verdad la necesidad de ayudar a los demás”. Lo cierto es que no toda la solidaridad es sincera, es buscando algo a cambio, porque, no nos importamos ni nosotros mismos, y la injusticia social se sacia con la personal, y al final, nadie se busca la básica supervivencia en muchos casos, o se recurren a plataformas antidesahucios, o se trabaja en negro porque no hay empleo. Y eso no da tiempo de ayudar a nadie; cada uno tira por su lado. Hoy día ni las palomas están a gusto con el país; no hacen más que recibir insultos y alguna pedrada por ser palomas (cosa que les es difícil cambiar, por cierto).
Por suerte, hay excepciones, pero la falta de ambición real, de esa que se llama “de corazón”, el pesimismo reflejado en la acción popular y las manifestaciones, y el “Total, si esto no servirá para nada” hace que, en efecto, no sirva para nada.
Había una vez una mujer que creía desde la juventud que moriría antes de los sesenta años. No tenía ni enfermedades genéticas diagnosticadas, ni nada que le pudiese hacer morirse antes de lo normal pero, como una espina, como una superstición, lo creía. Así que decidió dejar de lado su salud, para “disfrutar” al máximo su vida. Finalmente, murió con menos de sesenta años.
Y esto tiene su origen en una clave clara aparte de las ya dichas (sociedad, política, periodismo,…): la educación.
Se pretende y consigue dar una educación imparcial y objetiva en la gran mayoría de los casos. Sin embargo se ha confundido la educación veraz con la educación estéril. Hoy día, lo que debería contribuir a realizarnos y entender nuestro propio mundo, sirve para sufrir. El sistema actual para aprender en clase se basa en la regla del bicarbonato: “retener, gargarear, escupir y olvidar”.
Se pierden el afán reflexivo y la curiosidad. Estudiar debería de ser divertido y es un auténtico suplicio, de ahí el fracaso escolar, y peor aún, la infelicidad vocacional.
 Y esta educación desemboca en la infelicidad, sin embargo, la gente, en el fondo, nota la necesidad de realizarse y busca autoabastecerse emocionalmente con cosas materiales en detrimento de lo que podrían ganar en una educación fértil y una inteligencia emocional trabajada a lo largo de la vida; en vez de buscar la felicidad en sí mismos, como personas. El caso es que la educación capitalista cuanto más se acerque al consumismo, mejor. Cuando menos persona seas, más útil eres. Y este utilitarismo es lo único que importa.
No se quiere que esto sea de otra manera. No tiene que ver sólo con política ni con periodismo, ni con la educación, sino con nosotros. Cuando una persona tiene un gran sueño, que le ayudaría a ser eso que quiere ser, distinto a elegir la carrera o la FP o el trabajo que la gente suele ejercer, la pisan al cántico de “eso no tiene salidas”, “te vas a morir de hambre”, “sé realista”, “haz eso como hobbie”. Existe un miedo horrible a ser dueño de la propia vida y a esforzarse por ello, tanto que hay gente que no quiere hacer nada con ella.
Aquí en España hemos pasado la dictadura de Franco, y la transición ha llevado a la autodictadura democrática. A no hacer nada a pesar de no estar de acuerdo; a que nos mientan a la cara y no hagamos nada. Los hipopótamos y los pájaros se relacionan en una simbiosis: el pájaro limpia al hipopótamo, y la porquería del hipopótamo es la comida del pájaro. Nuestra generación cuando tiene hambre de justicia sólo llora, pero no come nada bueno. A veces ni come. Luego el pájaro vomita sus sueños. Su estómago aún no sabe cómo saben los sueños, porque el pájaro aún no ha llegado a tragarse ninguno.
 ¿Por qué vomita todos los sueños que come? ¿Por qué la ilusión y la curiosidad se pierden a marchas forzadas en casi todo lo que hacemos? Por una educación y una socialización insensible, pensada únicamente en la productividad de los seres humanos, y no en su valor como Ser; como único, irremplazable; como persona. El lado oscuro del capitalismo que nos hace objetos en vez de sujetos.
Es cierto que “hay que trabajar para vivir, y no vivir para trabajar”, pero también “hay que vivir para vivir, no vivir por vivir”. El miedo que se nos induce para no cambiar esa preposición es el miedo de los que viven en la autodictadura. Que como toda dictadura, se basa en el miedo: el miedo a ser uno mismo.

La Vida de Roger



¡Una estrella! ¡Mira Roger! Hace mucho tiempo que no veíamos un sueño, ¿verdad? Hace tiempo ya que estás muerto, pero encanta seguir yendo a tu tumba a visitarte. Siempre me dejas flores. Eres mi vida.

Muchas veces, mi vida, me pregunto cómo pudo matarte un dragón de juguete. Yo quería mucho al dragón que te mató.

Entonces me dejaste una nota en una de las amapolas negras que solías poner en la tumba:

“Tú tienes las garras del dragón asesino. Tú llevas contigo la gloria y tu inexistente, azul sed de venganza. Por favor, no odies. Lleva la paz a tu corazón. Siempre estoy contigo. Sé que algún día irás a ver al dragón. Le quieres, y por ello no le perdonarás.

Fdo. (como jamás, más que siempre): Yo: tu vida”.

Vi la garra ensangrentada del dragón y sonreí. La arranqué del suelo, viendo cómo caía sangre de su última uña. No tardé en darme cuenta de que había un rastro. Unas manchas rojas en forma de pasos iban hasta donde estaba clavada la garra. Subí la mirada siguiendo el rastro y las manchas se volvían azules, como mi sed de venganza. Tenía que hacer feliz a Roger, mi vida.

No hice más que seguir el rastro mientras el día y la noche se fugaban del mundo, copulando: como siempre habían querido hacer. Al final el paisaje se tornó blanco, y en el mundo sólo había un castillo, unas pisadas que ya eran negras, y la tumba de Roger, mi vida.

Entonces llegué al castillo y encontré al dragón, que me escupió estrellas de sueños, en forma de llamas vigorosas de rayos de conciencia. Las estrellas y los rayos me calcinaron completamente, pero yo no ardía ante los sueños ni ante la conciencia. 

“Te quiero”, le dije. Le arranqué el corazón y puse la garra en su lugar. Llevé la paz al corazón. Le llevé ausencia de cuerpo, como Roger, mi vida, me había dicho.

Me fui con el corazón del dragón en la mano, victorioso. Habiendo hecho feliz a mi vida. Las pisadas ya eran inexistentes, como mi sed de venganza desde que las pisadas eran azules.
Entonces noté que el corazón de dragón me hablaba. “No es tan fácil cambiar las cosas”, me dijo. “Soy de juguete, ¿recuerdas? Sé que me quieres”. “Ya lo sé, dragón, pero ya no sé quererte”, le dije, algo triste y azul.

Llegamos a mi tumba. El corazón se había vuelto un dragón pequeño de plástico, que ya no hablaba, pues no podía quererle. 

Cuando llegué, el día y la noche se enfadaron y se separaron para siempre. El día creó el sol para que sus rayos de conciencia le protegieran y la noche creó las estrellas de sueños para punzar al día si quisiese salir. Aunque al ocaso y al alba siempre se veía que seguían enamorados.

Entonces cogí una estrella, la que hacía mucho tiempo que no veía con Roger, mi vida, y me lancé con ella hasta el alba, donde todo volvía a ser blanco de nuevo, como cuando el día y la noche copulaban. Donde no había odio, y si había algo, sería amor, como el que el día y la noche nunca quisieron reconocerse.

Lo único que quedó de mí fue la tumba de Roger, mi vida, que decía: “Muerto en un sueño. Tu vida siempre te recuerda, y te deja flores, pero nunca azules. 7 años”. Y ahí se quedaron las amapolas negras con mi dragón de juguete, encima de mi tumba, donde vi la estrella con la que viajaba al alba, la que hacía mucho tiempo que no veía con Roger, mi vida, yo. La estrella que vi por primera vez, hace tanto tiempo como jamás, más que siempre.

León y Lobo

- Érase una vez un niño llamado Lobo.
- ¿Cómo yo?
- ¡Sí, como tú!
- ¿Y era yo?
 - ¡Claro que eras tú!
- ¡Hala! ¿Y qué hacía?
- Ahora mismo te lo cuento… Resulta que un día un niño se acercó a él. Se llamaba León, y era el mejor en fútbol y en las canicas, que era lo que más le gustaba a Lobo.
- ¡Sí, me encantan!
- Ya, pero había un problema.
- ¿Cuál?
- Que León era muy, muy malo y sabía que podría ganar a Lobo a las canicas, porque era el mejor, así que le retó para intentar humillarle.
 - Hala, ¡qué malo!
- ¿A que sí…? Entonces se sentaron en el suelo, y con toda su habilidad, León ganó a Lobo, y León le humilló, entonces Lobo lloró. Y todo el que estaba alrededor le miró y se rio, pues Lobo, no era más que un perdedor. Y así pasó una y otra vez: cada vez que León retaba a Lobo, Lobo perdía. Y cada vez más gente se reía de él, y cada vez parecía más perdedor. Y todo por no ser el mejor.
- ¡Jo! ¡No vale que se rían de mí!
- ¡Es injusto! Así que Lobo decidió practicar cuando podía, y cada día que pasaba, León le ganaba, y no conseguía nada. Entonces Lobo, por primera vez, retó a León un día. Ambos cogieron sus canicas y empezaron a jugar. Y León empezaba ganando y Lobo, perdiendo. Pero a medida que avanzaba el juego, Lobo cada vez estaba más cerca de León.
- ¡Qué guay! ¡Ya me queda poco!
- Te quedaba poco, pero no llegaste.
- ¿No? ¿Por qué?
- Porque a un palmo de ganar los dos, León ganó, y Lobo perdió. Entonces León rio y se burló de Lobo, de nuevo.
- ¡Qué malo!
- Sí, ¿pero sabes qué?
- ¿Qué?
- Que esta vez no tenía a nadie alrededor. Todos estaban con Lobo, el perdedor. Entonces León dejó de reírse de Lobo, y Lobo abrazó y felicitó a León. Entonces Lobo, se fue con todos, y León se quedó solo. Y Lobo cantó y aulló con sus amigos, y León lloró y rugió sin ellos. León siguió siendo el mejor, y Lobo siguió siendo el perdedor. Pero al final León lloró, mientras que Lobo cantó, hasta que al final, otro día, Lobo ganó a León.
- ¡Jo! Me da pena…
- Claro, por eso el ganador abrazó al perdedor, que era León, en vez de humillarle, como siempre había hecho cuando Lobo era el perdedor. León siempre había sido el mejor, pero no quiso ser serlo aún más. Lobo nunca lo había sido, pero por esforzarse, consiguió ganar. Y Lobo que era un Lobo, aulló a León. Y León que era un León rugió, y al final perdió. Y el talento de León, no ganó al esfuerzo de Lobo. Pues por mucho que sea más fuerte un León que un Lobo, el León, sin nadie, estará solo. Y el Lobo sí puede vivir solo, así que, aunque pierda, será el ganador. Por saber ser un buen perdedor, y saber ser un buen ganador.

Tu inspiración se agotó antes de pensar un buen título



No quiero escribir
No me apetece hacerlo, ¿sabes?
A veces estar inspirado es la base
De no querer inspirarse
Y eso es lo que me pasa.

Querría escribir sobre ti.
Decir que te echo de menos.
y –casi sin quererlo-
ya voy por el noveno verso.

Y es que estoy inspirado
pero no quiero escribir.
Son mis dedos los que te dicen
lo que te puedo decir

Aunque mi cabeza me diga
que no tiene nada que escribir.
Aunque sentir sea sentir
Y escribir, sea solo escribir.

Y es que letra a letra pienso en ti
pero estas letras no provienen de mí
sino de la voluntad que tienen en sí
y que las hace saltar hacia ti.

No te busco. Te encuentro.
Y sin quererlo estoy percibiendo
que poco a poco estoy escribiendo,
y es algo que no comprendo.

Pues al principio estaba inspirado
pero no quería escribir.
Y ahora que te me has cruzado
sólo espero escribir sobre ti.

Quizá sea porque quería escribir.
Quizá sea porque te tengo en mi.
Quizá sea porque debía ser así
O quizá que mis letras te quieran a ti

Paraguas


Ahí. En tus ojos. Los veo. Me están mirando con pena, con triste pasión.
¿Por qué lloras? Hasta hace nada estabas contento. Has estado en aquella casa y cuando he vuelto a verte, estabas mal. Ahora estás en el metro, yendo a tu casa y veo como llueven gotas de esos ojos nublados.
Te sientes mal porque has juntado tus labios con los de otra persona que no querías, sólo porque te atraía y que, aunque sabes que tu chica te perdonará, y la otra es tu amiga, nada más –lo sabes fehacientemente- no puedes evitar sentirte mal contigo mismo.
Me dices que has sentido algo cuando vuestros labios se han juntado. Que has sentido un horrible flechazo en el pecho que, de no haber habido paredes y de haber sido tú una canica, habrías salido disparado, a kilómetros de allí, corroído por la realidad indeseada que vivías. Una situación provocada por dejarte llevar demasiado, pero que, falazmente, creías tener controlada.
Sólo me dices que ha sido un pequeño beso. Sólo unión de labios. Sólo una caricia entre bocas que se tienen cariño. Sólo una muestra de amistad. Sólo un juego de cuerpos, nada más.
Me cuentas que esta otra chica te atrae, que la chica a la que de verdad amas, también lo sabe y que no la importa, y confía en ti aunque estáis muy lejos. Ella te ama, como tú a ella, y no como a la que has besado.
Me lloras que por momentos sentías en ella a la chica que amabas: la que no puede estar junto a ti. En los brazos de una, recordabas a la otra; enlazado con una, amabas a la otra, y te arrepientes por ello: por haber buscado a quien amabas en otra persona a quien no amabas.
Tanto aguacero por saber que el único que no perdona eres tú a ti mismo, cuando ambas dos te quieren y las quieres. Cuando a la que te ama, la amas. Cuando no has hecho nada malo, en realidad. Cuando crees que has mentido a dos personas, pero no has mentido a ninguna. Cuando, aunque no te das cuenta, todo el mundo te da su misericordia. Hasta yo, que sólo soy el papel en el que estás escribiendo.

Los Ojos del Auditorio

- ¿Primer asiento de la primer fila?
- Ocupado.
- ¿Segundo asiento de la cuarta fila?
- Ocupado.
- ¿Anfiteatro?
- Completo.
- ¿Club y Palcos?
- A rebosar
- ¿Todo listo?
- Perfectamente.
- Muchas gracias, buen hombre.

Conversaciones como estas eran muy usuales de ver en aquel antro lúgubre aunque mágico. Yo era el que contestaba a las preguntas. Sin embargo, nadie me preguntaba a mí. ¡No lo entendía! Yo sabía antes que nadie todas las historias de los actores, su vida, sus deseos, aspiraciones, su modestia o prepotencia, los planes secretos de los directores, el afán lucroso de los productores, ¡hasta podía escuchar a las acomodadores! ¿Por qué me tienen tan poco aprecio? Soy el mejor amigo de la gran mayoría de ellos, pero nadie tiene presente que lo soy, y nadie quiere si quiera, darme una triste caricia, o una mera muestra de amor, como les tengo yo a ellos: mis amigos…

- ¡Este teatro es genial!
- Es un auditorio.
- ¡Cuidado, a ver si me va a decir algo, ¿eh?! -levantó la cabeza y gritó- ¡Auditorio, no me castigues!
- No, pero quizá te tenga en cuenta.
- Por ser acomodador, no significa que sea tonto.
- No, en absoluto. Sólo eres un incrédulo que no cree en esto, ¡fuera de mi vista! –exclamó ofendido-.
- Pero, Señor Director, ¿por qué se pone así?
- ¡Lárguese! No tengo porqué escuchar razones que no saben trascender. El teatro no es sólo un par de necios que hacen el ridículo en un escenario.
- Señor… Yo no quería decir eso... Yo también estoy de acuerdo.
- Discúlpame, –dijo tras un momento de silencio incómodo- quizá me haya pasado. De todas formas, no creo que creas en la magia.
- ¿Por qué dice usted eso? –dijo algo descolocado, como si le hubiesen roto un argumento y preguntase para reconstruirlo mientras le contestaban-. Usted habla a menudo de ello, y sé a lo que se refiere cuando habla de la magia.
- No lo sabes. Si lo supieses tendrías presente que el auditorio puede ver lo que está dentro de él mismo. Incluso a ti.
- No sé –dijo conteniendo el escepticismo-. ¿Puedo sentarme en el área técnica ya?
- Anda, ve.

¡No me lo puedo creer! ¡Cuánto tiempo! Hacía mucho que no hablaban de mis ojos.

Kulias

De pronto abrí los ojos... Vi a un hombre vestido de una manera distinta a mi, pero que en el interior sabía que me gustaba. Su mirada era más experta, algo más fría quizá, pero podía ver en sus ojos que algo de niño quedaba en él. En una décima de segundo, me había identificado con ese desconocido al que me parecería conocer: me había caído bien.
   - ¿Te conozco? -le pregunté algo retóricamente-.
   - No mucho. Algún día lo conseguirás.
   - ¿Qué? -en ese momento todo lo que había pensado sobre él se vino abajo-.
   - Es igual -dijo obviando mi duda- no estoy aquí para hablar de lo que me conoces o no. Sino para, más bien, hacerte yo una pregunta a ti.
Intrigado y confuso soló se me ocurrió preguntarle:
   - ¿Cuál?
   - ¿Estás preparado para vivir?
   - ¿Preparado para vivir? ¿No estoy viviendo ahora? -dije satíricamente-.
   - No -dijo mientras me enmudecía por su contundencia-
Se produjo un pequeño silencio incómodo y prosigió:
   - Verás... Vivir, bueno, vives, pero porque existes, no porque vivas.
   - ¿A qué te refieres?
   - No eres tú quien vive. Al menos no todavía.
   - ¿Pero qué me estás contando? -dije incrédulo, volviéndome un niño por un momento-
Me dispuse a irme. Me contuvo y me dijo:
   - ¡Espera, Kulias!
   - Kulias... ¿Cómo sabes mi nombre?
   - ¡Jajajaja! Eso de momento no es importante. De hecho es más bien una tontería. No esperes mi respuesta pronto, no quiero convertir esta situación en el tópico de una película de espías ni nada por el estilo.
Ambos reímos al unísono. En realidad yo no sabía porqué. Me soltó el brazo con el que me había agarrado y prosiguió:
   - Lo que quería decir con que no vives es bastante simple. A ti te dieron un cuerpo y un alma vacíos cuando naciste. Hasta que no llenes ambas cosas de ti mismo, no vivirás. Sólo vivirán tu cuerpo y tu alma vacíos.
   - Bien y, una pregunta, ¿por qué tengo que aguantar palabras de un desconocido y más si son tan inútilmente trascendentales como esa?
   - Por dos cosas: la primera, que sabes que no soy un desconocido; la segunda, que sabes que no es inútil.
Enmudecí y siguió:
   - Sé más de ti de lo que crees, Kulias -dijo algo emocionado- y sé que no quieres ser uno más del montón. La vida y sociedad que nos han dado está hecha para hacernos soñar y luego impedírnoslo. Sólo los que cumplen sus sueños triunfan. ¿Quieres ser uno de esos que sueñan y son vencidos por el propio mundo en el que viven?
   - Nunca lo había pensado así...
   - Por eso estoy yo aquí -dijo, cortándome-
Ambos nos callamos. El hombre de pronto se sentó y dijo:
   - ¡Venga, siéntate conmigo! Sé que hay muchas cosas que quieres contarme. No te preocupes -dijo como si supiera que iba a decir algo, mientras yo me sentaba- no hace falta que me las digas tal cual, sólo abstractamente o, como puedas; te entenderé.

Me movía una curiosidad incontenible por saber quién era ese tío con quien me había cruzado. Había perdido toda noción de realidad posible. Como en un éxtasis. No sabía qué decir, ni hacer. Calló un segundo. Quise responder, pero antes de poder hacerlo, dijo:
Bueno, te echaré un cable para contestar: ¿Qué te gustaría cambiar de tu vida?
   - Pues...
   - Déjame pensar: quitarte tus defectos o aceptarlos -dijo como adivinando mis pensamientos-
   - Si y...
   - ¡Espera, lo tengo!: No tener miedo
   - Bueno la verdad es que... -dije incómodamente-.
   - ¡Oh! También podrías...
   - ¡Cállate! -dije frustrado- ¡No me dejas hablar!
   - ¡Aaaa! ¿Quieres hablar? Bueno, no habías contestado, no soy adivino -dijo esbozando una sonrisa-. ¡No te sientas incómodo, hombre! Además, ¿por qué gritar? Tí no te crees nada de lo que te estoy diciendo aunque sabes que todo es cierto. Incluso ibas a contármelo sin confiar en mi. Grita más fuerte, ¡yo te ayudo!

El hombre se puso a gritar loca e incomprensiblemente. La intriga por saber quién era ese hombre se había convertido en una mezcla entre saber quién era yo mismo y saber porqué narices ese loco estaba haciendo el mono.
   - ¡Basta! -grité-
   - ¡Por fin gritas! -le miré con algo de desprecio- ¡Bueno, bueno, no me comas! Era una broma, hombre. Y bien, ¿qué te gustaría cambiar en tu vida?
   - A parte de lo que has dicho, algunas cosas más.
Enmudecí como para coger aire. Luego cité fríamente aquello que había pensado.
   - Quiero disfrutar de mi vida, cumplir mis sueños, ser lo que quiero ser, querer a la gente que quiero de verdad y creer en mi. ¡Qué exigente me siento! -dije sietiéndome algo egoísta- Bueno, esa última en realidad significa no tener miedo. Eso ya lo habías dicho tú antes.
El desconocido se limitó a mirar fijamente y sonreír.
   - Bueno -dije rompiendo el silencio-, ¿qué dices a eso?
   - Nada complicado: sólo que lo hagas. Al fin y al cabo con todo eso serías tu mismo.
   - ¿Pero cómo? ¡Bah! Además, eso significaría que sería perfecto, y no lo soy. Todo el mundo tenemos...
   - ¡Anda ya! -me cortó-. ¡Eso son bobadas! Mira, eso según tú sería ser perfecto, pero no serías perfecto, simplemente serías tú. Lo perfecto no es posible, lo ideal sí. Lo que pasa es que lo ideal, es difícil. Yo digo que nada es imposible -esa frase retumbó en mi cabeza con mi propia voz-, entonces no sería imposible ser perfecto, pero el caso es que la perfección no existe, y por ello, la imperfección tampoco. Eso es lo que hace bonita esta vida, ¿no?: las diferencias, digo. Si no explotas lo que te hace especial, ¿Qué pretendes hacer con tu vida, tío? -dijo dándome amistosamente un codazo en el hombro mientras me guiñaba el ojo- Eso es ser tú mismo: ser especialmente tú. Llámame loco, hazlo, pero sólo los locos son ellos mismos, porque no les importa que les llamen locos. A mí, de hecho, me halaga, ¿sabes?

Se tumbó y miró al cielo, como esperando sin impaciencia alguna. Por otro lado, mi conciencia se colapsaba, pasando turbia y fugazmente entre momentos de éxtasis, hundimiento y estabilidad que se iban acercando al último.
   - Bueno -dijo dirigiéndose a mi de nuevo-, ¿tú qué opinas?

No opiné. No podía. Sabía que mi respuesta era que quería seguir sus palabras, y que iba a hacer todas esas cosas que quería hacer. Yo notaba que él ya conocía mi respuesta. El hombre sonrió abiertamente.
De pronto se levantó y echó a andar dándome la espalda, como si de repente no nos conociéramos de nada. No era capaz de moverme. Me sentía intimidado por ese hombre y colapsado por mis propias fronteras. De pronto ambos sentimientos se rompieron en mil pedazos. Ambas barreras habían llegado a su fin por mi propia voluntad. Mis sueños. Yo seguía sin hablar mientras le veía irse. Pero esta vez era porque no quería hablar. A pesar que para mi esos pensamientos habían durado una eternidad, él seguía a penas unos metros de mi. No hacía falta ni gritar para hablar. En ese momento se dio la vuelta y me miró de nuevo diciendo:
   - Qué difícil es opinar que no a algo que sabes que es cierto, ¿verdad?
   - Sí -dije riéndome-.

Vino sin prisa pero sin pausa y me dio un beso en la mejilla mientras me daba un abrazo. Como él había predicho, había dejado de sentirme incómodo. Le sentía inexplicablemente como un amigo, aunque no sabía ni su nombre. Cuando se separó, estaba casi llorando. Me seguía teniendo agarrado de los hombros. Yo no sabía porqué se emocionaba tanto con ciertas frases. En ese momento se levantó y antes de volver a irse -esta vez para no volver- me dijo:
   - ¿Sabes un cosa, Kulias?
   - Dime -dije extrañado al oír que esta vez era él el que me preguntaba algo a mi-.
   - Es difícil hablar con tu antiguo yo sin emocionarse.